Bajo la mirada del cielo azul, se alza un gran espectáculo para la vista: uno de los jardines frutales más hermosos de La Villa Porvenir. Una obra tallada a mano durante más de 40 años.
En un balcón de apariencia algo cansada, se ve a Don Jay sentado como de costumbre, apreciando su obra de arte.
Don Jay es un hombre humilde, de carácter terco, impulsivo e imponente, pero con un corazón inmenso. Al pasar los años logró estabilizar uno de los terrenos más secos y carentes de nutrientes de toda La Villa Porvenir.
El estado en el que se encuentra hoy el jardín es el reflejo de su convicción y entrega. Cada semilla que ha plantado, la ha cuidado con esmero y absoluta dedicación. No olvidemos que en todo jardín, donde hay flores y frutas, también hay maleza.
Durante el paso de los años, más personas llegaban atraídas por el resplandor del éxito del jardín en tierras imposibles de germinar. Algunas llegaban con las manos abiertas, dispuestas a plantar y regar. Otras, sin embargo, llegaban con las manos cerradas, buscando frutos, pero no semillas, pisando el suelo, pero sin disposición a ararlo.
Don Jay estaba consciente de que el verdadero tesoro de su jardín eran las personas, pero también era consciente de la cruda dualidad humana. Así como el sol tiene a su luna y el día tiene a su noche, cada corazón tiene la capacidad de crear y destruir, de amar y odiar, de sembrar y cosechar.
Un día, un joven se presentó al majestuoso jardín, con una chispa peculiar en su mirada. Decía que estaba dispuesto a trabajar por la causa, a aportar su granito de arena en la evolución del jardín.
Al observarlo, Don Jay sintió un destello de esperanza. Pues no es lo mismo pasar un aguacero con una sombrilla que con un paraguas. En un caso se está más preparado que en el otro.
Los días pasaron y el joven demostró gran disposición. Tenía una visión totalmente alineada con la del jardín y una voluntad que parecía ser inquebrantable en los momentos difíciles.
Pero el tiempo no pasa en vano y las dificultades nunca se hacen esperar cuando se está frente a guerreros que vociferan sus victorias, pero sin armaduras.
El joven, poco a poco, dejó de sembrar, no regaba la tierra, no limpiaba los frutos y no preveía los peligros. El jardín empezó a sentir los estragos de una mano que cosecha, pero no siembra, de una que se hidrata, pero no riega.
Don Jay estaba devastado. Había colocado sus esperanzas en la persona equivocada. Ahora tocaba dejar ir al joven y volver a la esencia, a lo importante; a la misión de crear un jardín que abrazaría a las futuras generaciones en sus momentos más difíciles.
Pero Don Jay nunca perdía las esperanzas, seguirá buscando hasta encontrar la ayuda idónea. Esa que crea y construye, sin estar obsesionada simplemente con la cosecha.
Desde muy pequeño Don Jay había entendido, que La misión al final del día es lo único que trasciende.